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Celebración de la Cena del Señor

La Eucaristía es el centro de la vida del Católico. El día jueves 09 de Abril, conmemoramos la institución de este Sacramento en la Celebración de la Cena del Señor.


La noche previa a su Pasión, Jesús nos dejó tres hermosos regalos: el sacramento de la Eucaristía, el Orden sacerdotal y el mandamiento del amor.


Las lecturas de esta celebración nos recuerdan en primer lugar la Pascua de la Antigua Alianza, donde el Pueblo de Israel conmemoraba la liberación del yugo de la esclavitud en Egipto. El salmista nos empapa en el espíritu de la Pascua del Señor, ya que no somos capaces de pagar al Señor el bien que nos ha hecho, pero aún así Él rompe las cadenas de sus servidores y le duele el sufrimiento de sus amigos. Luego, San Pablo nos muestra que la Eucaristía es el gesto de amor más grande del Señor hacia su pueblo: Él mismo se nos da como alimento de salvación.


Finalmente, en el Evangelio de san Juan, Jesús nos muestra cómo debemos amarnos, lavando los pies a sus discípulos. La liturgia del Jueves Santo nos propone recordar este gesto con un rito hermoso, en el cual el sacerdote lava los pies a 12 varones de la comunidad. De esta forma, simbolizamos la manera que Cristo nos enseñó para ponernos al servicio de los demás, amándonos unos a otros tal como Él nos amó.


Cristo escogió la noche que recordaba la Pascua judía para entregarse por nosotros. La Eucaristía renueva entonces la Antigua Alianza, donde es Cristo mismo quien se ofrece en sacrificio para librarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte.


Al recibir a Cristo sacramentado, recibimos la mayor muestra de amor entregada a la humanidad: el Hijo de Dios vino al mundo a traernos nueva vida con el sacrificio de la Cruz.


En cada Eucaristía se hace presente por completo el sacrificio de la Cruz en forma incruenta, pero viva y verdadera. Cristo muere y resucita sobre el altar y se da como Alimento que fortalece, Bebida que reconforta, que llena el corazón y renueva nuestra fe.


Cada vez que te recibo, Señor, algo grande pasa en mí.


Porque en la Hostia estás, mi Jesús, de verdad yo estoy a un paso del Cielo aquí.


Por eso no era una tarde cualquiera: era la tarde del Jueves. Era aquel día de fiesta, era la Alianza naciente.

Día en que el pan se hace Cuerpo, día en que el vino es su Sangre, sellando la Nueva alianza: la Alianza de la Esperanza.


Una vez recibido el Cuerpo de Cristo, se da paso a Adoración Solemne al Santísimo Sacramento, donde la Iglesia entera se postra ante el Dios hecho Pan, aquel Dios Todopoderoso que vino al mundo para dar su vida por nuestra salvación.


Cuentan los Evangelistas que Jesús, luego de la Cena Pascual con sus discípulos se retiró al huerto de Getsemaní en oración. Su humanidad sufría la angustia por todo el sufrimiento que vendría, pero aún así decía "Padre, que se haga tu voluntad".


En la noche previa a la Pasión no sólo adoramos a Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, sino que también queremos permanecer despiertos, vigilantes, como Jesús en el huerto, contemplando este misterio aunque no lo comprendamos.


Adoremos reverentes al Señor Sacramentado. Cante el rito del presente, superior al del pasado. Nuestros ojos lo contemplan con filial y humilde fe. Gloria al Padre, gloria al Hijo y al Espíritu Señor, al Dios Santo, Uno y Trino, alabanza y bendición. Suba al Cielo el testimonio, el incienso del amor. Amén.

Domingo de Ramos 2009


Como todos los años, la Semana Santa nos une en torno a los misterios de la Pasión, muerte y Resurrección de Cristo. El día 05 de Abril celebramos la Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.
Los israelitas recibieron a Jesús con palmas y ramos, aclamándolo como Rey, como el "Hijo de David". Al bendecir los ramos buscamos bendecir nuestras alabanzas a Dios, recordar que Él es nuestro Rey, nuestro Salvador.


Con los ramos en las manos, recordamos que nuestra alabanza debe ser sincera, cargada de humildad, dispuesta y entregada.


Al escuchar el relato de la Entrada Triunfal de Jesús a Jerusalén, reflexionamos cómo el pueblo que lo vitoreaba, en menos de una semana le volvería la espalda.


Como los israelitas, con ramos y cantos iniciamos la procesión hacia el templo, para participar de la Eucaristía.


¡Shalom, Hosanna!


¡Bendito el que viene en Nombre del Señor!


Los niños hebreos, con ramos de olivo aclamaban al Señor: ¡Shalom, Hosanna!


Los niños hebreos, tendiendo sus mantos aclamaban al Señor: ¡Shalom, Hosanna!


Con ellos nosotros, con palmas y ramos, aclamamos al Señor: ¡Shalom, Hosanna!

¡Santo, Santo, Santo es el Señor! ¡Hosanna en las alturas! ¡Bendito es el que viene en Nombre del Señor!

En su amor la gracia del Señor nos ha reunido.


Aclamemos hoy a Cristo como Rey con nuestros ramos.


Con los niños de Israel que salieron a su encuentro... .


..hoy a Cristo aclamemos como Salvador del mundo.


El que tiene como trono los cielos y domina el cosmos...


..como Rey de Paz hoy triunfa mansamente sobre un asno.


Jesucristo, quien triunfó de la muerte y del infierno...


... viene a darnos con su muerte vida nueva y sempiterna.


Cuando venga como Juez al llegar el fin del mundo...


... que estemos entre quienes participan de su triunfo.


¡Santo, Santo, Santo es el Señor!


¡Hosanna en las alturas!

¡Bendito es el que viene en Nombre del Señor!


Una vez en el templo, continúa nuestra alabanza a Cristo, el Dios que salva, el Hijo de David.


La comunidad de nuestra Parroquia se reúne, luego de la alegría de Jesús triunfante, para adentrarse en el misterio de la Pasión de Cristo.


Buscamos en nuestro corazón que nuestro "Hosanna" no se convierta en un "¡Crucifícale!"


Pedimos no callar nuestra voz, ya que la majestad de Cristo nos inspira.




Si callamos nuestra voz, las piedras gritarán.



El color rojo de las vestiduras y los ornamentos nos recuerdan que la majestad de Cristo tiene su máxima manifestación en el sufrimiento de la Cruz.


¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David!


Los instrumentos musicales nos ayudan a darle a la celebración la alegría de dejar a Jesús entrar triunfalmente en nuestros corazones.


La procesión culmina al llegar al altar, lugar donde se llevará a cabo el Sacramento de la Eucaristía.


Sacerdote, diáconos, ministros y monaguillos se acercan al altar para dar paso a la Liturgia de la Palabra.


Mientras la asamblea prepara el corazón para escuchar al Profeta Isaías, que nos muestra que ante el rechazo de la verdad y la tribulación en esta tierra, debemos confiar en el Señor y no confundirnos, endurecernos ante el pecado y ablandar el corazón al amor de Dios.


Luego, en el Salmo 21, se nos muestra con una exactitud asombrosa los padecimientos que Jesús ha de sufrir en la Cruz por nuestros pecados.


"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"


"Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero Tú, Señor, no te quedes lejos, Tú, que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme".


En la voz de Francisco Leal, el canto profético del salmista nos recuerda las burlas y desprecios que Jesús sufrió y sufre todos los días por nuestras ofensas.

La celebración continúa con el relato de la Pasión de Cristo según san Marcos, donde el Hijo del Dios vivo acepta la muerte y el dolor hasta el límite, tomando una cruz que no es suya, sino nuestra.

Así comienza la Semana Santa, días en que se celebra el centro de nuestra fe, donde no sólo recordamos el sacrificio de Cristo por nosotros, sino que reflexionamos cómo este sacrificio se vuelve a actualizar en cada Eucaristía.